22/03/2020 6:47 pm
La cuarentena no me está volviendo loco. De hecho estos momentos obligados de introspectiva física y mental nos ayude a pensar cosas fuera de lo común. O tratar de ver las mismas cosas desde otras perspectivas.
La pregunta del título es muy sencilla y el lector tal vez sospeche que hay alguna trampa en su formulación. Aclaro que no es asi. La pregunta es lo que allí dice. No hay mensaje oculto ni metáfora en ella que interpretar.
¿Si quisiera comer tomates en el almuerzo o la cena, que debería hacer previamente?
Estoy convencido que la mayoría propondría ir a la verdulería. Es decir para tener tomates en la mesa debería tener dinero e ir a comprarlos. No creo ser prejuicio sino que es lo que el común de la gente hace. Del mismo modo que si retrocediéramos en el tiempo, aun en muchos espacios de las ciudades, la respuesta seria: los saco del huerto que tengo en casa. Y ni hablar si pensamos en nuestros abuelos inmigrantes o con raíces en el campo.
La verdad es que la vida urbana y la economía del dinero fueron sepultando una cultura e imponiendo otra. Una que pensaba como podía servirse de la naturaleza y proporcionarse alimentos casi a costo cero. La pérdida de esa cultura se fue convirtiendo en ignorancia ya que no se trata de conocerla y no practicarla sino que hay generaciones que ignoran que cosas pueden lograrse en un espacio de tierra de muy pocos metros cuadrados.
La respuesta -invocando la vieja cultura sepultada- al interrogante sobre que necesito para llevar tomates a la mesa es: solo una planta que reciba sol y agua. Y asi lo hago yo como se puede ver en la foto de esta nota.
En grandes ciudades del mundo como Madrid y New York, esa cultura está siendo rescatada y se difunde a pazo firma haciendo cada día más común la agricultura de cercanía. Al punto que se calculan en la actualidad unos 800 millones de personas en el mundo que son agricultores aficionados dentro de zonas urbanas. En la ciudad de Les Avenchts –Suiza- las tres cuartas partes de su población de 6 mil habitantes producen los vegetales que consumen.
Lo más curioso es que en muchos países que la agricultura urbana se practica y valora son ricos y con los mayores estándar de vida de sus poblaciones, como el citado caso de Suiza.
Con el mismo asombro deberíamos pensar como en el conurbano bonaerense u otras provincias de la Argentina donde el hambre se convirtió en problema, el recurso que está a la vista y en abundancia es la tierra. Pero, como vemos, el que falta no es el capital monetario sino el stock de conocimiento. No usamos la tierra para erradicar ese flagelo porque antes destruimos una cultura económica que es indispensable rescatar.