30/10/2018 6:12 pm
Sergio Palacios Director y Editor
En episodio 4 de Star Wars, en su rescate a la Princesa Leia, Hans Solo y Lucke Skywalker, quedan atrapados en una compactadora de residuos. La escena se llama “las paredes convergen”. A segundos estuvieron de ser aplastados entre dos paredes que compactaban metales. Muchas décadas después, la democracia en América Latina comienza a sentir los temores de los personajes de la célebre saga: perecer entre dos paredes que presionan, que avanzan. Por un lado el populismo de extrema derecha que acaba de ganar las elecciones en Brasil con Jail Bolsonaro. Del otro lado, la segunda pared que configura el riesgo de aplastar a la democracia republicana, el populismo de izquierda en sus múltiples versiones que van desde el ex presidente ecuatoriano Correa, Evo Morales en Bolivia, el cruento régimen de Maduro en Venezuela y el Kirchnerismo derrotado en las urnas en 2015 y 2017 en la Argentina.
Desde la pared derecha, la Era Trump parece construir doctrina y clones como en Brasil e incipientemente parece que Europa se quiere sumar a este preocupante panorama (Francia, Italia).
Mucho se dice desde el arco intelectual acerca de estos fenómenos “populistas” que como definía Laclau “constituye una forma de la política”. En todos los casos se advierte que la democracia representativa y liberal (en términos estrictamente políticos) ve como las paredes populistas desde ambos extremos pueden aplastarla y convertirla en chatarra para despojo.
Pero hay ausentes en este debate, que además son los más quejosos: los sectores que en décadas pasadas representaban el ancho arco político de la democracia republicana. Muchos que reivindicaban la libertad y buscaban un equilibrio con la igualdad sin violentar a ninguno de esos valores. El también llamado “progresismo” que defendía en forma irrestricta la libertad pero clamaba con pasión políticas desde el Estado que compensaran los desequilibrios del mercado, y que bregaban por sumar conquistas políticas, económicas y sociales para los sectores menos favorecidos.
Estos diversos actores de la política que se afiliaron a la democracia republicana, parecen hoy anclados en una visión de un mundo que no existe. Todas sus ideas se basaban en la permanencia de mecanismos económicos (intervención del Estado) y políticos (validez de la categoría Estado-Nación). Desde la interacción del Estado y el Mercado (las empresas) explicaban todo: el Poder fiscal aseguraba ingresos y desde allí se resolvía distribuir. Se entendía que el mercado podía tener eficiencia económica pero no resolvía o actuaba sobre la equidad.
Esas categorías y relaciones ya no tienen validez y desde allí, la visión “progresista” de la democracia republicana y liberal entre nosotros y la socialdemocracia en Europa, quedaron huérfanas de una visión de futuro. El mayor déficit se divide en dos, particularmente entre nosotros los latinoamericanos:
1) No procesar la globalización con sus nuevas categorías y conceptos. Sin ir más lejos, se confunden la figura de un trabajador tercerizado (década de 1990) con la de un trabajador/emprendedor (momento actual); se habla de industrialización y petróleo en pleno desarrollo de la sociedad de conocimiento y des carbonización de la economía; se carece de un entendimiento de la misión de la educación, sus métodos, objetivos y nuevos paradigmas. Se insiste en aferrarse a una visión de la producción, el consumo, las relaciones entre la sociedad, la economía y tecnologías, basadas en los viejos paradigmas de la sociedad industrial reinante hasta mediados del siglo pasado.
2) La resistencia a dinamizar las relaciones dentro de la democracia representativa, manteniendo estructuras políticas cerradas a la participación abierta. Se sale de una institución democrática para construir una corporación política que se concentra en las relaciones de Poder y no en los problemas de la sociedad frente a las transformaciones señaladas antes. Esto genera la desconfianza, y reacción de la sociedad que denuncia que la política es corrupta o sirve a sus intereses corporativos. Esta decepción se traduce luego en bronca y frustración. Finalmente se repudia el sistema y la sociedad apuesta a las alternativas populistas anti sistemas.
La democracia representativa republicana y los partidos políticos que actúan en ella están siendo aplastados por las paredes que convergen como populismos de derecha e izquierda. Frente a la crisis de alto riesgo permanecen mudos e inactivos resistiendo el análisis y juicio auto crítico.
Lloran e insultan las consecuencias, pero miran para el costado negando el debate sobre el origen de la amenaza populista, ahora de extrema derecha.
Lamentablemente esa falta de reacción, esa miopía y defensa corporativa impide que nuevas generaciones se empoderen para ofrecer un salvataje a la democracia. Deben ellos hacerse lugar a los codazos y superar la visión que antes se llamaba progresista pero que su resistencia al cambio de siglo los muestra como nuevos conservadores. Alguien debe hacer fuerza para evitar que las paredes de los dos populismos trituren a la democracia republicana, nuevos actores de jóvenes generaciones que libres de fanatismos ofrezcan una nueva visión y versión de progreso para el futuro.