10/09/2018 12:42 pm
Por Sergio R. Palacios
Afirmaremos algo:
“La cultura social que domina nuestras conductas y decisiones son determinantes para la economía”
Vemos:
Caso 1: La Argentina tiene una estadística en accidentes viales en un promedio que la lleva a 1 accidente cada 24 segundos. Podemos no conocer la estadística, pero si observamos todos los días la cantidad de choques o incidentes a nuestro paso sin importar de que ciudad se trate. Si hablamos de motos en el piso ni hablar. Todos vemos cómo se maneja en las calles de nuestro país. Esa conducta anomica lleva a que el costo del seguro de los vehículos sea mucho más alto que en países donde esta estadística en mucho menor, la diferencia se nota aun de una ciudad o provincia a otra. Nuestra conducta en esta materia es la que genera mayores costos para la economía privada y presupuesto público en: seguros, atención médica hospitalaria; presupuesto de justicia; el área de seguridad por mayor movilidad de policías, vehículos, y otros recursos por la logística que se pone en marcha cuando ocurre un accidente.
Caso 2: Caminando por cada ciudad, más si es una gran urbe, veremos que vivimos en un basural. Esos residuos son producidos por la propia sociedad en el lugar donde vive. Esa conducta desaprensiva con los residuos muestra que no se comprenden los efectos que generan: más residuos en la calle aumenta el costo de mantener las calles limpias; mayores costos por los contratos con empresas recolectoras; mas contaminación generando aumento de gastos en salud; pérdidas por millones en recursos que son tirados cuando pueden reutilizarse o reciclarse.
Caso 3: Pensamos muy poco en el ahorro y el largo plazo, y eso hace que a la hora de pensar en usar materiales cuando se construyen inmuebles, no se incorpore la idea de “eficiencia energética”. Preferimos ahorrar un peso en mt2 hoy y no pensar lo que gastaremos en el futuro por no elegir pensando en ahorrar energía. Y aquellos que construyen para vender, no aceptan absorber el costo de alternativas constructivas sostenibles y prefieren maximizar la ganancia en el precio de venta. Estas decisiones de uno u otro redundan en: mayor gasto de energía en verano e invierno; mayor consumo de energía de aquellos que con más ingresos y viviendas amplias consumen más de un recurso escaso para todos; mayor gasto público cuando por exceso de demanda de energía y menor producción se opta por subsidiar el consumo y/o importar el recurso con déficit en el balance de pagos, como sufrimos estos largos años.
Podríamos citar más casos. Pero para muestra basta un botón. La economía argentina no responde al ataque de un extraño virus. Más ricos en naturaleza que largas decenas de países, hemos decidido acuñar conductas económicas autodestructivas, que se agravan con la posterior búsqueda de culpables que nos liberen de nuestras responsabilidades. La economía es una ciencia social y los argentinos somos la prueba más acabada de ello.