“La política después de la política”. Entrevista a Ricardo Lafferriere

13/07/2018 12:55 pm

Ricardo Lafferriere es un hombre público. Nacido en Nogoya,  Entre Ríos, ya hace unos buenos años. Se embarcó en la vida madura de muy joven cuando a los 20 años se gradúa de abogado en la Universidad del Litoral. Es uno entre un grupo de jóvenes que fundaron la agrupación universitaria Franja Morada cuyo cincuentenario se conmemora este año. Desde ese entonces podemos decir que Ricardo Lafferriere es “un político”. Pero de aquellos que la vocación le acarrea una marca que se lleva hasta el último suspiro. Hoy visitamos al “político” que vive, escribe, trabaja y siente, pero ya alejado de “la política” activa dentro de los partidos. Quien quiera hoy saber sobre el deberá buscarlo en sus libros, artículos periodísticos, o blogs como Sentaku. Si se quiere mantener una conversación seguramente no será sobre listas de concejales o diputados, sino de tecnología, sustentabilidad, energías renovables, globalización, entre otros temas.  Ricardo Lafferriere  nos permite comprobar que aquella vocación del político no tiene fin pero si caminos alternativos por explorar. Queríamos escuchar y entender como un hombre que desde joven fue honrado con altas responsabilidades institucionales (Senador Nacional, Diputado Nacional, Embajador) siente y piensa “la política después de la política”. Aquí está el resultado y El Bosque quiere compartirlo.

 

¿Habiendo sido parte de la llamada “generación 83” con importante protagonismo en el retorno de la democracia con Raúl Alfonsín como presidente; cuando decidiste alejarte de la política activa y que te llevo tomar esa decisión?

– Diciembre 2001. Era Embajador en España. La pregunta más difícil de responder en cuanta reunión participara –oficial o social- era calcada: “Dime, Embajador, ¿cómo puede ser que un país tan rico como el vuestro lleve tantas décadas sin encontrar su camino y hoy se encuentre en esta crisis?” Y los argentinos tenemos acá tantas respuestas como habitantes somos, pero explicárselo a cualquiera que nos mirara desde afuera era imposible. Me di cuenta que las generaciones que habíamos estado gestionando la Argentina hasta entonces no teníamos capacidad de bajar los conflictos de entrecasa para buscar con honestidad consensos nacionales. Estábamos de-formados. Era necesario volver a las fuentes de la modernidad nacional y lamentablemente todos estábamos inmersos en esa incapacidad, como lo demostraron los años que corrieron desde entonces. Pensé que era una tarea de la que debían ser protagonistas las nuevas generaciones –como, en otro plano, lo vió Alem cuando decidió dejar este mundo-. Sentí que lo hecho había sido ya enorme –nada menos que lograr institucionalizar una democracia tumultuosa pero ya instalada- y que podía sentirme satisfecho de haber podido participar con un granito de arena en un logro que, apenas tres décadas atrás, parecía un sueño: que nunca más hubiera un golpe de estado en la Argentina.

Pasados los años, ¿como ves aquella etapa de tu vida? ¿Existe nostalgia, reflexión? ¿Qué es lo que te dio o quito este distanciamiento?

Fue una etapa intensa, con golpes emocionales muy fuertes –tanto en los triunfos como en las derrotas-. Mi vida militante no comenzó con Alfonsín, sino durante la dictadura de Onganía, en 1968, como militante reformista en Santa Fé. Allí, de la Reforma, absorbí las bases principales de mis convicciones, que me han acompañado toda la vida: democracia, en todo y para todo; construcción y respeto sincero al estado de derecho; vigencia sacrosanta de las libertades públicas y derechos humanos; desprecio visceral a la intolerancia y el autoritarismo; y una fuerte  convicción de la unidad esencial del género humano que me hace sentir un militante eterno del cosmopolitismo y la diversidad, dentro de las reglas de juego de la democracia. Un fuerte recelo del nacionalismo y la convicción que el mejor patriotismo, el que hace honor a la historia argentina, es el que se referencia en el aporte que desde nuestra mirada abierta y solidaria debemos hacer para la construcción de una sociedad humana sin guerras, más equitativa y también regida por el estado de derecho. ¿Nostalgia? Sólo extrañar las reuniones de reflexión colectiva, enriquecedoras de la comprensión del país y del mundo. Cuando decidí dejar la política partidaria activa también reafirmé mi compromiso militante con las causas de siempre, desde la condición de ciudadano, por lo que no extraño la participación política ya que he mantenido una actitud de análisis permanente, y de participación en las instancias de movilización que sentía identificadas con esa manera de ver el mundo: las periódicas notas de opinión, la participación en las grandes movilizaciones populares desde el 2008 en adelante, el reclamo constante del estado de derecho sin las deformaciones que lo bastardean, y alcanzar con modestia y sin estridencias mis colaboraciones a viejos compañeros de militancia que tomaron el camino de seguir en la trinchera de antaño o jóvenes que periódicamente me hacen llegar el pedido de opinión sobre la situación económica o política.

Pensando en la democracia y la política; ¿qué perspectiva te da estar lejos del “Poder” y de la “actividad partidaria”? Que cambio en tu pensamiento respecto de ambas, si es que algo cambio? 

Siento una gran libertad. La participación activa en la vida partidaria obliga –aunque no se desee y en ocasiones hasta se realice de buena fe- a sesgar los análisis y las miradas perdiendo objetividad. Hoy puedo decir que me siento muy contento de poder analizar el país y el mundo desde una óptica centrada en lo nacional –y no en lo partidario-. Esto no es una crítica, porque lo otro también es imprescindible. Simplemente limita y perfila las miradas y las opiniones. En ocasiones esas miradas coinciden, en otras no. Lo sentí muy fuertemente cuando el radicalismo –partido de mis amores, aunque no pertenezca ya formalmente a sus filas- tomó el camino que tomó hasta el 2014, permitiendo con su política de alianzas “contra-natura” la división opositora y con ella la persistencia en el poder de un régimen profundamente enfrentado con la esencia republicana y democrática, deformando el estado de derecho, sumergiéndonos en una orgía de corrupción y autoritarismo y aislándonos como país de la construcción inteligente de la sociedad global. Prediqué intensamente contra esa división en infinidad de artículos y notas, insistiendo en la confluencia de lo que luego fue CAMBIEMOS. La demora en tomar ese rumbo perjudicó al propio radicalismo, que hubiera podido ser el eje convocante de esa unidad y terminó llegando con su prestigio raído y después que su error permitiera con su demora el surgimiento de una fuerza nueva que lo reemplazó en la representación de los dos principales distritos argentinos. Recuerdo haber escrito en ese momento -2011, 2012, 2013- algo así como “el radicalismo tiene la oportunidad de volver a entrar en la historia, pero la historia no se detendrá esperando al radicalismo”. Afortunadamente hubo un golpe de timón a tiempo, y ahora la demanda es reconstruir una fuerza –o coalición- política que pueda conducir este proceso de cambio en forma democrática, participativa, moderna y adecuada a los mecanismos políticos que demandan los ciudadanos que tradicionalmente se referenciaban en el radicalismo y hoy lo hacen en CAMBIEMOS:  una sociedad joven, vibrante, moderna y que mira al futuro sin lastres ideologistas de otra época ni compromisos corporativos, sino activa en la elaboración de soluciones para los problemas de la agenda de hoy, proyectando en ella los valores de siempre: la causa de los desposeídos, el estado de derecho, la apertura cosmopolita al mundo global, y la modernización de su economía y su sociedad. En esa tarea, el aporte del radicalismo, con su historia y sus valores, es un componente decisivo y difícilmente reemplazable en la coalición de gobierno.

¿Hay o debería haber un rol o espacio desde el cual aquellos que se alejan de la política activa poder aportar experiencia y su visión?

Hay, y tal vez debiera haber más, pero eso no se forma por decreto sino que resulta de las decisiones de las personas. Yo noto que el mundo intelectual está animándose a abrir su agenda escapando al cerco conceptual del nacional-populismo, en el que en algún momento hemos caído todos y que cumplió un ciclo positivo hasta mediados del siglo pasado. No es una tarea fácil ni sencilla, porque los lazos de afinidades entre personas que luego de haber compartido miradas y luchas toman caminos diferentes afecta relaciones personales y viejos afectos, aunque todos lo hagan con honestidad y eso a nadie le agrada, mucho menos cuando ya se cargan años. Pero es la consecuencia natural de la evolución que ha sufrido el mundo, el país y el campo de las ideas en las últimas décadas, con cambios profundos en las miradas políticas a raíz del surgimiento de lo que Beck llamaba “sociedad de riesgo global”. Lo nacional ha dejado de ser el marco de referencia de la política, y eso altera las propias bases de las antiguas convicciones. Los principales problemas hoy son globales, y una actitud provinciana es impotente para ofrecer soluciones. Lamentablemente, como las invocaciones nacionalistas y patrioteras tienen naturalmente mucha convocatoria –a pesar de ser “el último refugio de un canalla”, como lo afirmara Samuel Johnson a fines del siglo XVIII-, eso dificulta la toma de conciencia de esta realidad global. En consecuencia, los problemas se siguen analizando centralmente en clave nacional y termina siendo como un perro que quiere morderse la cola, simplemente porque en el marco nacional no hay solución. El cinismo, la hipocresía, las descalificaciones circulares, los ataques incoherentes, tienen todavía vida y siguen avivando pasiones, aunque afortunadamente menos que antes.

En tus publicaciones, tanto libros como notas en portales o redes, los temas que te ocupan se relacionan todos con el futuro. ¿Cuál es el espacio que en el presente  la actividad política y los políticos le dedican a las ideas y acciones que se relacionan con el futuro?

Creo que menos del que debiera. Miremos la realidad argentina: el gobierno –que es seguramente el que más se ha acercado al “cutting-edge” global de su respectivo tiempo en la historia moderna argentina- muestra dificultades en diseñar las metas imaginables de su objetivo finalista, aunque se intuyan. Y la principal oposición tiene su utopía ubicada más de medio siglo atrás. Mi observación es que al no tener mayor claridad en los objetivos o percibirse como demasiado abstractos, se limita el entusiasmo que tendrían los ciudadanos para “atravesar el desierto”, paso inexorable para la transición entre un país corporativo-autoritario apropiador de rentas ajenas y uno basado en la ciudadanía democrática generadora de crecimiento modernizador. Es necesario dar forma a la utopía, aún sabiendo que por definición ésta es modificable, inalcanzable y cambiante. Durante más de ocho décadas el país ha funcionado con una matriz sencilla y brutal: expoliar a la economía productiva para construir clientelismo. Hoy ese modelo se está atacando en busca de un país productivo y pujante, con una economía modernizada y con auténtica solidaridad nacional y equidad social. La vieja Argentina clientelar-corporativa cruje –y obviamente, grita y lucha-. Es el pasado. La nueva se está abriendo paso trabajosamente, intuyendo que está a tono con el mundo. Es el futuro.

Todo el tiempo escuchamos hablar de “derecha e izquierda” o “neoliberales y progresistas”; ¿como ves estas categorías en el presente y futuro? 

Son coletazos de una división que motorizó el choque de ideas políticas en el siglo XX. ¿La República Democrática de Corea es de izquierda? ¿Merkel es de derecha? La primera, convertida en la dictadura más cerrada del mundo, la segunda protagonista de la defensa de la solidaridad europea con los inmigrantes de África y el Oriente Medio, ¿pueden ser juzgadas con esas categorías?

En las sociedades democráticas es más trabajoso encontrar las diferencias que reconocer que hoy los motores del debate son otros, de acuerdo a una agenda pública que también es otra.  Sánchez, el nuevo Jefe de Gobierno español, acaba de afirmar que gobernará con el presupuesto que heredó del Partido Popular, o sea, su política “dura” será idéntica. ¿Uno es de “izquierda” y el otro de “derecha”? El capitalismo –la derecha- y el socialismo –la izquierda- envenenaron el planeta con polución ambiental, explotación indiscriminada de recursos naturales y agresión a los océanos. Uno y otro produjeron el calentamiento global. Uno y otro limitaron libertades y violaron derechos humanos –y lo siguen haciendo-. ¿Podemos decir que Putin y Trump son totalmente diferentes porque uno es de izquierda y el otro de derecha? ¿Es la izquierda el Comandante Ortega y Nicolás Maduro? Tal vez sean categorías útiles “para el zonzaje” –como se decía en las viejas épocas jauretchianas-, pero nadie que se respete intelectualmente a sí mismo puede razonar en base a esas categorías.

¿Qué significado tiene hoy “ser progresista” con las transformaciones y cambio de categorías sociales, políticas y económicas que el S.XXI está generando?

En mi opinión, los valores son permanentes pero los instrumentos son tan cambiantes como las realidades sobre las que debe actuarse. La mayor diferencia es hoy la globalidad de los reclamos, equivalente a la globalidad de los problemas. El gran desafío hoy es darle una gobernabilidad a la globalización y que ésta responda a normas homologables. Quienes aceptan y trabajan por construir un mundo basado en normas son –a mi entender- progresistas, en mayor o menor medida. Quienes reniegan de las normas y creen en el puro poder, son reaccionarios –también en mayor o menor medida-. Me parece especialmente peligroso el mundo que funcione en base al poder militar, a la prepotencia o matonismo y a la violación o ninguneo de las normas, lo haga Trump o los que –en una moda ya global- pretenden escudar su corrupción en supuestas “persecusiones políticas”. Ser ladrón no es ser progresistas, y ser corrupto es una categoría aún más despreciable que no puede jamás identificarse con una sociedad justa, transparente, respetuosa de las personas y de las normas.

Encerrado en la intimidad de las charlas; esas donde la mente y el corazón se abren; lejos de palabras fáciles que palman el hombro, ¿qué consejos o advertencias le dejarías a los jóvenes que hoy militan en política?

Respetar la historia –del país, de su fuerza política, aún del mundo- pero recordar que hoy esa historia va acelerando su marcha y reclamando nuevas definiciones. Es necesario someter todo a análisis crítico en forma permanente, no atarse a viejas épicas que fueron útiles pero tal vez puedan ser disfuncionales con la agenda de los problemas de hoy, y recordar –otra vez Ulrich Beck- que la potencialidad de la nueva realidad es estimulante: todo empieza de nuevo, todos los días. Viejos rivales pueden –y tal vez deban- encarar juntos desafíos nuevos, que antes no eran prioritarios o no existían y viejos aliados tal vez terminen alineados en trincheras diferentes, porque sus intereses ya no coinciden de cara a los nuevos desafíos públicos prioritarios. En otras palabras: compromiso militante, sí, pero apoyado en una gran frescura intelectual abierta a las miradas diferentes y al mundo en cambio.